Ubicada en la intersección de las populosas y concurridas calles de Avenida Colón y Rivera Indarte, en pleno corazón de la ciudad, este Museo de Sitio expone en sus gruesos muros el bagaje histórico heredado de los jesuitas.
Convertida en Museo de Sitio, la Cripta Jesuítica del Antiguo Noviciado manifiesta en sus muros un hito arquitectónico fascinante, teniendo en cuenta la época en la que se realizó la obra, ya que data del año 1713, convirtiéndola en una de las construcciones más antiguas de América del Sur.
Recorrerla es sumergirse en un viaje imaginario unipersonal en el cual aflora el espectro fantasioso de la mente y de las percepciones de quien contempla ese ámbito. El entorno de la Cripta nos lleva a un momento ilusorio, fomentado por el silencio inaudito que se adueña del espacio y el añejo aroma a humedad que se desprende de sus muros y que le otorgan una atmósfera muy particular. Contemplar los bloques de piedra y ladrillos que conforman los gruesos muros produce perplejidad, por situarse frente a semejante obra de ingeniería realizada hace más de 300 años. La cual hasta el día de hoy ha resistido, sin sucumbir, no solo a los embates del tiempo sino además a la ajetreante vida urbana que transita por encima. Por esto la Cripta no necesita ningún tipo de aditamentos para resaltar su valor histórico, ya que por sí mismo el lugar es un baluarte de la historia socio-cultural y religiosa que enaltece la identidad de la ciudad de Córdoba.
A fines del siglo XVII el terreno en donde está situada la Cripta formaba parte de un solar perteneciente a los hermanos Ignacio y Francisco Mujica. En 1698, Ignacio resuelve ingresar a la Orden de la Compañía de Jesús, seguido dos años más tarde, por Francisco, decisión por la que determinan donar la propiedad a la orden jesuítica, la cual dispuso mudar a este predio la sede del Noviciado Jesuítico. Por lo que, como lo comentó Hernán Espinoza, encargado del Museo, “al principio del siglo XVIII se mandó a construir una iglesia en este lugar”, la cual estaría consagrada a San Ignacio de Loyola, quien fuera el fundador en 1534 de esta orden religiosa de carácter apostólico y sacerdotal. Será por esto que la disposición estructural de la Cripta consta de tres naves constituidas por gruesos pilares y anchos cimientos que sostienen los muros de enormes bloques de piedra sin labrar y ladrillos.
Como “las criptas son mortuorias y por lo general van debajo de una iglesia, aquí se empezó por abajo con la cripta, pero después llegó la contraorden de que no se construyera la iglesia arriba y entonces quedó la cripta”, acotó Hernán. Por lo que la congregación religiosa acuerda trasladarse a la denominada Manzana Jesuítica, quedando el espacio de la Cripta, “como Casa de Ejercicios Espirituales, como la denominaron los jesuitas, destinada a los novicios que estudiaban en el Colegio Máximo, y de allí toma el nombre de Cripta Jesuítica del Antiguo Noviciado”, destacó Espinoza. De esta manera, designando el espacio a un oratorio la orden religiosa hacía honores al lema de su fundador, quien sostenía que, “Para poder ayudar a los demás necesitamos de encuentros personales con Dios: momentos de oración y de escucha de su Palabra”. Prácticas que se desarrollaron hasta la expulsión de los jesuitas de América ocurrida en 1767.
“Después vinieron los Betlamistas, que fueron otra orden religiosa que se dedicaban más a la salud”, continuó relatando Hernán Espinoza. Una Orden que fue fundada en Guatemala en 1658, por San Pedro de San José Betancourt, y que fue la primera y única orden religiosa fundada en América y cuyo objetivo fue asistir a los enfermos desamparados y brindar educación a los niños pobres. La Orden de Nuestra Señora de Bethlen Betlemitas llega a Córdoba en el año 1761 y al poco tiempo de su llegada, en un solar donado por Diego de Salguero, emprenden la construcción del actual Hospital San Roque. Posterior a la expulsión de los jesuitas, los betlemistas empiezan a regir, a partir de 1771, las propiedades donadas por los hermanos Mujica.
Ya en el año 1800 cuando se inaugura el Hospital San Roque, los betlemitas abandonan el espacio de la Cripta, quedando por ende en desuso. No se sabe con exactitud cuál fue, a partir de ese momento, la disposición de uso de la Cripta por parte de los betlemistas.
Lo que sí se pudo corroborar es que “durante la epidemia de cólera – acaecida durante la primeras décadas del siglo XIX-, montaron una especie de hospital en este lugar donde se atendía a los enfermos, hacían piletones de cal para quemar los cuerpos de los muertos por la enfermedad y a la semana los deudos de los fallecidos recogían los huesos. Algunos no venían a recogerlos, y los huesos quedaban acá, es por eso que después de pasado el tiempo quedaron enterrados los huesos”, comentó Hernán Espinoza, por lo que, esto hizo que luego del eventual hallazgo del ’89, “parte de la sociedad dijera que sí había enterrada gente. Hubo huesos pero no eran producto de la actividad de una cripta sino que fue algo coyuntural porque nunca fue utilizada como una cripta mortuoria”, sentenció.
Los sucesos políticos de la Revolución de 1810 tuvieron un impacto negativo sobre la Orden de los Betlemitas en Córdoba, ya que, desde un principio se mostraron opuestos a los ideales de la emancipación americana. Razón por la cual, Juan Martín de Pueyrredón, quien asume en 1816 como Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de La Plata, los declara en rebeldía y pone preso al Director de la Orden. Esto hizo que los betlemitas fraccionaran los terrenos en lotes más chicos y comenzaran a venderlos progresivamente a diversos compradores particulares, de esta manera fue pasando de mano en mano privada. Entonces, desde ahí “se construyeron casas encima de la Cripta, una de las casas usaba la escalera principal de entrada para bajar al lugar y usarlo como bodega”, indicó Espinoza. Hecho sucedido en 1846 cuando adquiere la propiedad Don Agustín Ferreyra, quien acondiciona todo lo construido hasta aquél entonces en una vivienda particular y le da un uso comercial. Éste posteriormente se lo vende en 1883 al Ing. Carlos Cassafousth, quien había llegado a Córdoba para dirigir la obra del Dique San Roque, pero en 1890, debido a un revés judicial, la propiedad erigida en la esquina de Colón y Rivera Indarte es rematada y comprada por la familia Abarca.
Hasta que llegó, “el año 1928 en que se ensancha la Avenida Colón que es la que pasa por arriba de la cripta, entonces se derriban todas las casas y el asfalto de la avenida cubre la cripta y queda enterrada, olvidada”, relató Hernán. Una decisión que tomó por esa época el intendente Emilio Olmos, “en nombre del progreso”. Así parecía, que la Cripta no volvería a ver la luz, quedando enterrada en las penumbras del olvido y con ello enterrando el legado histórico, cultural y arquitectónico que los jesuitas le han heredado a la identidad de la ciudad de Córdoba. Pero como una suerte de revancha, 60 años después, ese mismo “progreso”, le dio una segunda oportunidad de resurgimiento. Cuando en el año ´89, “se la descubre por casualidad trazando el zanjeo del cableado telefónico de Entel en esa época”, allí los empleados de la empresa telefónica descubrieron los primeros vestigios del Antiguo Noviciado.
Pero esta vez, la concepción del descubrimiento fue diferente, tal cual lo manifestó Hernán, quien admitió que, “Ahí sí, en el ’89 por supuesto, la cosmovisión fue distinta a la que se tenía en el ’28 y decidieron recuperar el lugar, preservarlo y abrirlo al público, lo que se hizo un año después en el ’90 cuando se terminaron las entradas laterales a la cripta”. Sin embargo, el hallazgo, “En su momento generó controversias, había muchos debates también. Los principales que estaban en contra fueron los comerciantes porque pensaron que esto iba a deteriorar la zona, su trabajo y nada, al contrario fue aportarle a la ciudad, devolverle un legado histórico de los jesuitas, súper importante. Y es al día de hoy que sigue siendo visitada por turistas de todo el mundo y de todo el país y nos llena de orgullo”, refrendó Hernán Espinoza.
El hallazgo se hizo eco en boca de todos, con opiniones a favor y en contra, desde prestigiosos historiadores, como Efraín U. Bischoff, entre otros, que ponderaban la importancia de preservar y revalorizar el lugar, hasta los que, signado tal vez por una cuestión hereditaria, alzaron su voz en contra de la recuperación del sitio, como Emilio Olmos hijo.
Fue una decisión intrincada, más aún, por el dificultoso contexto político y económico que se atravesaba a nivel país, pero, a pesar de todo, el por entonces intendente de Córdoba, el Dr. Ramón Bautista Mestre, decidió su recuperación arqueológica y arquitectónica.
La obra que se inició en mayo de 1990 no fue sencilla, e incluyó, por ejemplo, complementación de partes destruidas, replanteo de cañerías y cableados modernos que cruzaban por la Cripta, estructura reforzada del techo para soportar no solo el asfalto sino el constante tránsito tanto liviano como pesado que pasa por la avenida Colón. En cuanto al rescate arqueológico, el mismo fue llevado adelante por el Centro Espeleológico Córdoba (CEC). Ya en octubre de ese mismo año la Cripta Jesuítica del Antiguo Noviciado volvía a tener otro momento de esplendor dentro de la vida diaria de la ciudad de Córdoba, siendo inaugurada como Centro Cultural y Artístico.
Pero manteniendo, tal vez los preceptos de sus orígenes, como bien lo dijo Hernán Espinoza, un lugar en el que “cuando uno va al medio de la cripta no escucha nada, y eso que estamos abajo de una de las avenidas más populosas de Córdoba, por la que transitan muchos autos, mucho de todo, y ahí no se escucha nada, hay una paz y es eso lo que vuelve tan único a este lugar”.
Horarios de visita al Museo
Lunes a viernes de 9 a 18 y 30 horas con entrada libre y gratuita
Dirección del Museo
Intersección de Avenida Colón y calle Rivera Indarte
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