Rinconada está ubicada en plena Puna jujeña, a una altura de 3851 msnm, y, en sus orígenes, fue habitada por los indios Atacama. El sacerdote jesuita Gustavo Le Paige, un profundo investigador del Curato de San Pedro de Atacama, calculó el inicio de su población a mediados del 900 A.C. Asimismo, se encuentran registros de la construcción de un Pucará cerca del año 1250, que sirvió para proteger a los indios que comenzaron a asentarse en la zona convocados por la riqueza mineral existente.
Por Jorge Delfín Calvetti
Vicente Cicarelli, historiador jujeño, destacó que la explotación de sus yacimientos en forma masiva fue iniciada por los gobiernos del Perú, Tahuantisuyo y los Incas, que extraían el material para fundirlo en “huascas” y transportarlo hacia los centros de gobierno para su posterior elaboración artesanal.
Durante los primeros años de la conquista española, el comercio se centró en el núcleo minero de los departamentos Santa Catalina, Rinconada y Cochinoca. Fue tan grande y famosa su riqueza, que Rinconada recibió el nombre de “Rinconada del Valle Rico”, aunque también se la conoció como “Rinconada del Oro”, nombres que no desafinan con su actualidad.
Fue tan importante que, en el pueblo, se construyó un Cabildo para albergar a los Acaldes de Minas y a los Caciques Gobernadores que administraban la justicia por los conflictos mineros que crecían al compás de la producción. La investigadora Dolores Estruch, destacó que los mismos también debían “reflexionar sobre su rol como verdaderos mediadores culturales y sobre la ductilidad de un sistema de justicia que siempre aparecía habilitando la formación de nuevas terminales de poder”.
La merma del mineral para extraer provocó un éxodo de varios criollos de este pueblo que seguían practicando la extracción de oro aluvial, el cultivo en andenes y la cría de ganado. Recién, a mediados del sXX, la riqueza minera revivió gracias a los adelantos tecnológicos para la exploración. En la actualidad, el departamento se caracteriza por la explotación de plata, oro, cobre y estaño, entre otros minerales. Asimismo, en un trabajo publicado en el sitio ‘Norte Grande’ en el año 2022 sobre los departamentos con mayores salarios brutos promedio de las provincias de la región, Rinconada figura segunda, superando a casi todas las capitales de provincias.
En nuestra Independencia
En el siglo XVIII su nombre y su población fueron reduciéndose a tal punto que los caminos que se dirigían a la zona pasaron a conocerse como “del despoblado”.
Como lo constatan escritos históricos de la época, este pueblo, durante las guerras por la independencia, demostró entrega y valor al sacrificarse más que cualquier otro del territorio argentino. El General Manuel Belgrano, en una carta enviada al gobierno de Buenos Aires el 4 de junio de 1812, señaló:
Se me ha avisado de la Rinconada, que una partida enemiga había ido a saquear aquel pueblo, á azotar á los naturales, á arrastrarlos por el cuello y á hacer las más atroces iniquidades; parece haber adoptado generalmente entre ellos inspirando el terror, cometiendo asesinatos, robando, quemando y aniquilándolo todo; baste decir que las criaturas inocentes no se libertan de sus cuchillos.
Don Manuel Ignacio Portal, el cura de la época en Rinconada, contaba que esa fue la venganza de los españoles por no encontrar hombres para incorporar a su ejército, ya que la mayoría de ellos se habían sumado a las tropas patriotas en Humahuaca. Entre los oficiales españoles que realizaron este cobarde ataque, se destacó José María Valdez, un ex comerciante, contrabandista y tropero de mulares que había residido en Salta. Cuentan que Valdez, después del ataque, se sentó en un muro de piedras y, tomado su cabeza entre las manos, exclamó “!Que barbarucho que soy!”. Con el sobrenombre de Barbarucho pasó a ser conocido en la historia negra de nuestra Independencia. Pasados los años su fama se acrecentó por ocasionar las heridas que provocaron la muerte del General Martín Miguel de Güemes.
El 11 de enero de 1813, el General Manuel Belgrano reclamó al General Pío Tristán, que se encontraba en Salta, los excesos cometidos por el ejército realista “matando en todas partes a las débiles mujeres, los ancianos trémulos y los inocentes párvulos” en todo el Alto Perú, citando los casos, entre otros, “del pueblo de la Rinconada”.
Quema de Rinconada
En sus memorias, el general español Joaquín de la Pezuela se refirió al enfrentamiento que tuvieron con el patriota José María Pérez de Urdininea, que se había acantonado en el pueblo de Rinconada con las tropas enviadas por el General Rondeau para “desde allí hacer sus hostilidades. Instruido de esto, el jefe de la división caminó sobre ellos, los atacó en el pueblo el 18 de febrero de 1815 y, después de una reñida y obstinada acción en contra de las compañías de infantería mandadas por los capitanes Urdininea, Araoz de Lamadrid y Saavedra, que habían venido en refuerzo del primero, logró batirlos matándoles 20 soldados y un oficial”. Lamadrid, en sus memorias, manifestó no haber llegado a Rinconada, sino a un cerro cercano para, desde allí, retornar a Humahuaca.
El costo para los invasores también fue grande; ya que murieron “el ayudante mayor teniente, Don Mariano Armasa, dos sargentos y 16 soldados”. El coronel Cristobal Martinez, que estaba al mando de las tropas españolas, en un claro acto de venganza y crueldad, “quemó el pueblo que era todo de indios enemigos muertos y se retiró al punto de Talina. Urdininea, con los otros dos capitanes y toda su división abandonaron el Despoblado, bien escarmentados, y se replegaron al cuartel general de su ejército en Humahuaca”, destacó Pezuela.
En 1826, Rinconada fue testigo de la guerra entre hermanos americanos. Desde Bolivia ingresó un Regimiento al mando del general Francisco Burdett O’Connor, enviados por su presidente, Antonio José Sucre, para perseguir al escuadrón del Regimiento Colombiano ‘Granaderos de la Guardia’ que había desertado de la guarnición de Cochabamba. El subdelegado de la provincia, residente en este pueblo, lo increpó reclamándole “con qué objeto y con qué derecho cometía esta violación de los respetos que debían tributarse a la jurisdicción de Salta”. Las tropas colombianas, al mando del capitán Domingo López Matute, acometieron contra los enviados bolivianos y los derrotaron completamente provocando la huida de Burdett y unos pocos soldados. Matute, en forma inmediata, solicitó asilo al Gobernador de Salta, general Álvarez de Arenales, señalando que lo hacía “sin otro motivo que el de huir de los inconvenientes del mando del vitalicio que ahí se ha erigido”[1]. Luego de un tiempo residiendo en Salta, su gobernador, Álvarez de Arenales, envió a los 180 granaderos colombianos a combatir en Brasil.
Este pueblo fue el más sacrificado en la historia de nuestro país. La matanza y la quema por parte de los españoles dan testimonio de la entrega de sus habitantes a la causa independentista, además del aporte de sus jóvenes al ejército liderado por Manuel Belgrano.
Fragmento del libro “¿Güemes es jujeño?”, año 2023.
[1] En referencia a Sucre, presidente de Bolivia.
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