Este ritual se celebra durante todo el mes de agosto en todas las regiones de Jujuy. Existen diversas formas de realizarla según la transmisión recibida por los ancestros, pero todas las modalidades confluyen en la misma esencia.
Agosto es un mes especial para la mayoría de quienes habitan la provincia de Jujuy en toda la extensión de sus cuatro regiones: Quebrada, Yungas, Valles y Puna, y a los cuáles los une un mismo sentimiento, rendir homenaje a la Madre Tierra. Una celebración ancestral, milenaria de la cultura andina tan arraigada en cada uno de quienes en cualquier día del mes ofrendan a la Pachamama. Durante todos los días de agosto es un constante ir y venir por los mercados, los comercios, para comprar todo lo necesario para los preparativos, nada queda librado al azar, en algunos casos las compras no quedan bajo la responsabilidad de uno solo, sino que en esto está involucrada toda la familia. Hasta los niños participan en ello ya que estos son los encargados de comprar las “dulzuras”, golosinas, galletas y todo lo dulce que ellos quieran ofrendar a la Madre Tierra. En tanto los mayores, son los encargados de, además de comprar, elaborar las comidas tradicionales para la ceremonia -que en la Quebrada y Puna se la denomina Corpachada-; como la Tijtincha, las papas, las mazorcas, las habas, el mote, los tamales; y los diferentes guisados como el picante de mondongo, pata y mote, el guiso de quinoa, el de charqui con papaliza (papa andina de color verde), entre otras. Mientras, los jóvenes y adolescentes también participan preparando alguna de las comidas que consumen diariamente y que es lo que comparten con la Pacha, porque de eso se trata esta ceremonia, de compartir con la Madre Tierra algo de lo que ella nos da todos los días, que es el sustento de nuestra vida. Y que en algunos casos esa ofrenda es dada con sacrificio ya que solo se prepara una mínima cantidad especialmente para la Pachamama, allí radica el sacrificio de brindar a la Tierra aquello que les gusta en demasía, que les deleita el paladar pero que, para el Día de la Ceremonia, no van a probar, ni siquiera una pizca como demostración del profundo respeto, valoración y devoción que sienten por la Pachamama. Esta es una de las tantas modalidades que encierra esta ceremonia andina, tan ancestral como el legado de quienes la transmitieron a sus sucesores, una inquebrantable identidad que debe continuar trasponiendo tiempo y espacio, ya que es la consecuencia de saber quiénes somos y el entendimiento del porqué estamos.
Si bien es cierto que la manera de realizarla depende de cada uno, de cada comunidad, de cada familia, la pregunta que, es a veces, hasta molesta, surge de comparar si la manera de cómo lo hace cada comunidad, cada familia, o cada región, es la correcta. Una pregunta que como nos refirió el ex Secretario de Cultura de la provincia de Jujuy, Alejandro Aldana, en su ámbito es constante y repetitiva. Con él nos encontramos el día que se rendía homenaje a la Madre Tierra en la Posta de Hornillos, allí aprovechamos para preguntarle sobre este cuestionamiento que surge en el consciente colectivo de, quien tiene la verdad, quien tiene la razón, para Aldana el compartir muchas ceremonias le ha enseñado “a respetar la modalidad de cada familia, voy a una casa miro como lo hacen, sigo las reglas de esa casa porque es como cada uno ha aprendido”. Concepto que le ha valido para afirmar que todas las modalidades “son correctas” ya que todas esencialmente, “respetan la tradición que les han transmitido sus ancestros”, afirmando que en líneas generales “el homenaje que se hace a la Tierra en el ritual básicamente predomina la Fe, el sentimiento de agradecimiento primero y de pedido luego que la gente hace con tanta devoción, que nos encuentra, que nos reúne aún en las diferencias, que nos convoca al encuentro y a pedir por el bien común” y que nos lleva “a sentir que somos parte de un Todo”. En Hornillos también se encontraba Valentina Millón, Coordinadora de Patrimonio de la Humanidad, quien me dijo que todos los años rinde homenaje a la Pachamama porque “realmente me llega, de chiquita que lo hago”, resaltando que “a la Madre Tierra hay que valorarla, no solamente hay que pedirle, sino que hay que agradecerle todas las cosas”. Para Valentina las ceremonias ancestrales tienen una significancia especial que tiene que “ver con nosotros, con el ser jujeño, el ser del norte, tiene que ver con la relación y el vínculo que tenemos nosotros con la Tierra, por eso me parece que es muy importante que nos volvamos a conectar, cada agosto o cada vez que tengamos la posibilidad con todo aquello que tiene que ver con nuestras raíces”.
A la Posta habíamos llegado alrededor del mediodía, nos recibió Armando Cañizares, el Administrador del Complejo Cultural, en ese momento él junto al personal estaban horneando las empanadas y ultimando detalles para la ceremonia. Más tarde le consulté a Armando el sentido de hacer la Pachamama ante la presencia de visitantes, que tal vez ignoran el significado de la misma, a lo que me respondió que lo que hacen “no es un espectáculo para los turistas, existe respeto a lo que hacemos, devoción a lo que tenemos en el norte, es mostrarlo y que sepan que no es algo turístico. Es un orgullo de nuestra identidad. La ceremonia de la Pachamama es muy íntima, es muy profunda, lo hacemos en familia, pero es necesario hacerlo también para que participe otra gente que quiere hacerlo con seriedad y respeto. Esa es la finalidad de esta ceremonia que hacemos en Hornillos”. Estas afirmaciones exponían que, aunque la ceremonia la realice una institución o se haga de forma privada en el seno de una familia, involucran los mismos sentimientos de respeto y devoción hacia la Madre Tierra; borrando de mi mente aquellos conceptos que me habían dicho algunas personas sobre que las instituciones lo hacen con un fin turístico por lo cual carece de esencia. Un respeto que algunos dicen que se ha perdido porque en ciertos casos ponen más énfasis en que haya una gran cantidad de bebidas, cuando lo que debe abundar es la comida para ofrendar. Esto me hizo recordar lo que me dijo una persona mayor “a la Madre no se le emborracha, se le da de comer”; también se refirió a las “multas” las que dijo que no existían, y las que “solo hacen que a veces se pierda respeto por esta ceremonia tan sagrada”.
Allí en la Posta de Hornillos también se encontraba doña Josefina Aragón de Vilte, una permanente expositora de esta cultura, quien entre otras cosas ostenta el honor de ser reconocida como Abuela del Pueblo Coya, mención otorgada por su amplio conocimiento. Ella fue la encargada de comenzar con la sahúma de todas las habitaciones de este lugar histórico, algo que se hace luego de haber sahumado primero la boca de la Pachamama (así se le llama al agujero que se hace todos los años en la tierra, en un lugar ya determinado, y en donde se depositan todas las ofrendas). Esta costumbre de sahumar el día en que se hace la ceremonia; ya sea el lugar de trabajo, la casa, el corral —en aquellos lugares donde se tiene ganado de cualquier tipo- se realiza con el fin de generar un recambio de energías, purificando no solo el lugar sino a las personas también. Con la sahúma como nos dijo Doña Josefina “se ahuyentan todos los males y se atrae el bienestar pidiendo salud, progreso, armonía. También nombramos a quienes ya han muerto para que reciban por lo menos el sumo del sahumerio”. También nos mencionó que el sahumerio es un compuesto de muchas hierbas, como molle, Koa, como le llaman algunos, o Coba, como le dicen otros, entre otras, más el unto de llama, mirra, incienso, y yerba mate y azúcar, estos últimos ingredientes son para que la armonía ingrese al lugar que estamos sahumando.
Después de la sahúma nos fuimos al cobijo de uno de los árboles donde estaba abierta la boca de la Pachamama, la que algunos adornan con serpentina y con papel picado blanco, (este último también se coloca sobre las cabezas de quienes ya han corpachado), como lo hace Doña Josefina, quien nos dijo que “el papel picado y la serpentina es alegría” y que la Pachamama no es solamente un homenaje sino también “una fiesta donde como agradecimiento homenajeamos a la Madre Tierra”. Estas palabras me aclararon por qué esta ceremonia es también denominada celebración. También nos comentó que para esta ceremonia “se hecha mucha coca, la coca es sagrada como el lugar donde se la cosecha, Tres Cerritos, donde todo está limpio, todos limpian y cuidan la tierra, es importante también el alcohol porque sale de la caña de azúcar, el vino sale de la uva, el maíz sale de la tierra, el trigo, la chicha del maíz, el agua nos viene del cielo porque dios nos manda, pero los productos recibimos de la tierra. Por eso a la Tierra debemos respetarla y darle de comer todo lo que comemos nosotros; tostado, pochoclo, frutas, verduras, de todo”.
Nos dijo además que “para dar de comer a la Tierra no se entrevera la comida con la bebida, la comida lo da una persona y la bebida lo da otra persona”. Justamente de esta manera se estaba realizando la ceremonia, con la comida preparada, colocada en una gran fuente de madera, y en ollas de barro, que se encontraban a la derecha de la boca de la Pachamama, y las bebidas a la izquierda de la misma. Mientras que de a dos pasaban a ofrendar a la Madre Tierra, acto que se hace de rodillas y con profundo respeto, los que observábamos alrededor éramos invitados con empanadas; lo que me resultó extraño, nunca nos había pasado que mientras esperábamos el turno para ofrendar nos dieran algo para comer. La razón era simple, las empanadas eran para evitar que tuviésemos hambre durante la ceremonia y comenzáramos a desear la comida preparada especialmente para ofrendar a la Madre Tierra. Después de que todos los presentes habíamos ofrendado, nos fuimos a compartir el almuerzo bajo la sombra del enorme Yapán, un árbol similar al algarrobo, que se encuentra en uno de los patios de la Posta. Luego de almorzar un riquísimo picante de mondongo con pata y mote, me acerqué a Doña Josefina para consultarle sobre el agua bendita, un elemento que no todos utilizan para la ceremonia, la cual según ella debe ser “una botella grande porque el agua nos hace falta, la lluvia nos hace falta, entonces el agua hay que tirarla para arriba para que haya lluvia”. En esa frase discerní que, para ella, el verter agua bendita en la boca de la Pachamama no es símbolo de santiguar la Tierra – como si lo hacen en otros lugares en donde se vierte el agua bendita para “evitar” que los “coma” la Pachamama-; lo suyo es más bien “un pedido para que el agua no falte”, sobre todo, “para el riego de los cultivos, para que podamos seguir recibiendo el sustento de la Madre Tierra”. En ese momento recordé lo que me había comentado antes el Secretario de Cultura, y que se da en los Valles. En donde se arrodillan, se santiguan y recién empiezan el ritual. Una acción que es como un pedido a su Dios cristiano para poder hacer un ritual que antiguamente era considerado pagano y que hoy es más popular. Allí existe ese “sincretismo”, del que muchos hablan y del cual muchos otros disienten, porque no en todas partes está marcada esa conciliación de doctrinas diferentes. Ya que en algunas comunidades en donde no quieren los signos religiosos -como la Cruz por ejemplo presentes en sus ceremonias ancestrales dicen, “acá no hay que hacer cruces porque eso no es de nuestra cultura”. Esa frase tan contundente hizo que cobrara mayor intensidad el concepto de la diversidad en la manera de realizar la ceremonia, que es tan extensa como la geografía misma de la provincia; pero que en realidad todas las modalidades confluyen en la misma esencia, agradecer a la Pachamama por la Vida.
Continué dialogando con aquella abuela, tan sabia como la cultura misma a la que representa, tratando de conocer más; me comentó que en su casa ellos primero almuerzan para “después dar de comer a la Madre Tierra”. También me contó algo particular que le han enseñado sus ancestros y que se trata de: velar a la Pachamama. Me dijo que, para esto, “a las doce de la noche abro la tierra, cabo el pocito, dejo prendiendo velas y las dejo encendidas hasta el otro día”, el término velar me hizo recordar otra ceremonia, la del Inti Raymi, en la cual también durante toda la noche se vela al Abuelo Fuego. Por último, me habló del Banco de la Pachamama, del cual me dijo que prepara “un plato con papel blanco con un aguayo, reparto la coca a los invitados, quienes deben elegir doce hojitas de coca, que representan los doce meses que estamos”, que posteriormente son depositadas en ese plato de papel, el cual no se quema, se entierra, pero no me dijo con exactitud su significancia, sí me invitó a compartir la Pachamama en su casa para que observara.
Con esta inquietud, unos días después nos dirigimos a la casa de Doña Josefina, allí nos encontramos con una mesa larga llena de invitados, provenientes de Salta, Buenos Aires, vecinos y amigos de Maimará, y amigas de su hija Titina de la capital jujeña. Luego de comer empanadas, Tijtincha, tamales y un sabroso picante de mondongo con pata y mote, fuimos al patio en donde estaba abierta la boca de la Pachamama. Lo primero que hicieron fue repartirnos los cigarrillos, que primero se encienden sin siquiera dar una pitada para luego colocarlos alrededor de la misma, para que fume la Pacha.
Posteriormente Doña Josefina comenzó a repartir la coca para que eligiéramos las doce hojitas, que tenían que ser las más enteras, las más grandes, las más verdes, en ellas depositábamos nuestros pedidos de salud, prosperidad y protección y que eran para colocar en el banco de la Pachamama. Extrañamente esa coca era más seca de la que posteriormente nos dieron después. Luego todos los invitados y miembros de la familia presentes dimos de comer a la Madre Tierra, e hicimos “salud” con ella (una acción que se hace después de que cada uno ofrenda la comida y comparte un vaso de vino, para los adultos, y de gaseosa, para los niños, y el cual se da un sorbo a la Tierra y el resto hay que tomarlo de un solo trago). Después de que todos ya habíamos ofrendado, se comenzó a verter sobre “el corazón de la Tierra, centro de nuestro equilibrio”, como lo define Doña Josefina, todos los restos de comida que habían quedado en las fuentes, en las ollas, y las bebidas, para cerrar la boca. En ese momento todas las manos se unían para cubrir la boca, era la última expresión de agradecimiento, de profunda devoción, y de conexión, para pedir que la Pachamama nos dé prosperidad, nos cuide y nos proteja hasta el próximo año, en donde volvamos a reencontrarnos nuevamente para agradecerle el don de la Vida.
Por Gloria Bustos beabustos1572@gmail.com
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