Rodeo en la Puna Jujeña; un hecho cultural que tiene raíces ancestrales

Se llevan a cabo todos los años al finalizar el verano y el objetivo principal de estas actividades es señalar, enflorar y marcar vacas y burros. En la actualidad permanece aún vigente el legado de los ancestros como el agradecimiento a la Pachamama, la chaya a los animales y el coqueo por la protección y el multiplico del ganado.

La Puna Jujeña representa una extensa región en la geografía de la provincia de Jujuy, con paisajes naturalmente majestuosos que impactan la vista, conformados por sitios agrestes casi desérticos como por monumentales formaciones rocosas de color rojizo, como las que se divisan en el camino que va hacia el paraje conocido como Laguna o las que se encuentran en Casagrande.

En esa inmensa planicie de altura perteneciente una parte de ella al Departamento de Humahuaca convergen riquezas tanto naturales como culturales, como Casagrande, un lugar que según investigadores del CONICET hace diez mil años atrás formaba parte de un mar. Otro de los sitios que atesora un legado es El Portillo, ya que entre sus cerros se pueden encontrar manifestaciones de Arte Rupestre y vestigios de sitios arqueológicos de antiguas civilizaciones. Además, el tesoro cultural heredado también está presente entre las familias que viven en esos parajes, ellos aún conservan los rituales y los conocimientos que se han transmitido de generación en generación. Pero la vida en esos pueblos conformados por apenas un puñado de casas, no es fácil, todo se desarrolla en torno a la subsistencia, viven de la cría de vacas, ovejas y llamas, y de la siembra de papas, maíz, habas y de lo que el terreno permita cultivar con la poca agua existente. Parte de la producción agrícola y ganadera es transportada por el camino a Coraya, nexo con la ciudad de Humahuaca, en donde la comercializan para poder comprar otros alimentos no perecederos como azúcar, harina, arroz, sémola, entre otros. Sin embargo, a pesar de la ardua vida que llevan, todos los años al finalizar el verano los pobladores de esa vasta región realizan un Rodeo de animales vacunos y asnales con el fin de señalarlos, marcarlos y enflorarlos. Un hecho cultural que tiene raíces ancestrales y que pese a ciertos cambios sigue manteniendo su esencia.

Cambios que se fueron dando conforme el correr de los tiempos, porque hace cincuenta años atrás la gente se movilizaba en caballos para llegar a estos recónditos lugares de la Puna Jujeña, hoy en día lo hacen en camionetas 4 x 4. En esos tiempos también asistía una gran cantidad de personas provenientes de distintos puntos de la provincia quienes se acercaban a colaborar, apoyar y disfrutar de estos eventos. Durante la última década la cantidad de Rodeos que solían hacerse fueron mermando, antes de esa época se realizaban en distintos parajes un total de nueve a lo largo de una semana. Comenzaban en Chocoara (miércoles), luego continuaban por Cueva Colorada (jueves), Punta El Agua (viernes), Laguna (sábado), La Poma (domingo), Río Grande de La Poma (lunes), Caja (martes) y culminaban en Vicuñayoc y Pizungo. Quienes aún continúan con esta tradición recuerdan con nostalgia y añoranza aquellos años porque en la actualidad los Rodeos solo se llevan a cabo durante un fin semana en tres localidades como, La Poma, Laguna y Cueva Colorada.

Otras características han permanecido inalterables como los vendedores que aprovechan este evento para vender comidas, yistas (pequeños panecillos hechos con cenizas de tola y papa y que se utiliza para coquear) bebidas y hojas de coca. Tampoco ha sufrido alteraciones el legado de los ancestros en la manera de realizar los rituales, como la chaya de los animales con bebidas alcohólicas (el dueño sirve un vaso de vino a un familiar o amigo, éste toma un trago y el resto de la bebida la arroja sobre las ancas de los burros o vacas), el coqueo por el ganado pidiendo por su protección y su multiplico, y el agradecimiento siempre a la Pachamama antes y después de culminada la Marqueada. También la difícil tarea de juntar el ganado para el Rodeo, que generalmente se encuentra diseminado pastando libremente en la inmensidad de esa región desértica; es un trabajo que continúan haciendo los dueños de los animales y que les lleva hasta dos días realizarlo.

Después de que logran juntar toda la hacienda (como los lugareños llaman al ganado), encierran a los animales en un corral armado para la ocasión, con el cerro detrás como pared natural circundado por un alambrado, o en viejas pircas de antiguos corrales, que han sido a través del tiempo testigos inertes de esta manifestación cultural tan arraigada entre quienes aún viven en la zona. Con los animales ya en el corral está todo listo para comenzar la marqueada, señalada y enfloramiento, sahumando el lugar para alejar las malas energías. Mientras tanto, cada propietario ya ha colocado el hierro con su marca en los ardientes carbones al rojo vivo, y ha separado a sus animales para marcarlos. Pero antes se le pide permiso y se le agradece a la Pachamama por el multiplico obtenido, por la protección, y por poder nuevamente participar de este encuentro. Después los hombres empiezan a pialar uno a uno a los animales, tirándolos al suelo, para que, en el mismo instante, unos coloquen la marca en las ancas, otros les corten la oreja y las mujeres les pongan los pompones de lana que prepararon especialmente para este día. Todo ocurre ante la atenta mirada del Comisionado Rural, autoridad máxima de esta actividad, que es quien contabiliza y al final de la jornada extiende el certificado de marca y señal a cada uno de los propietarios.

Cada dueño tiene una particular manera de cortar las orejas a sus animales diferenciándose de los demás cortes, además de reconocer a sus terneros y asnos de corta edad, ya sea por el color del pelaje o por alguna otra particularidad que sólo ellos conocen. Sin dudas los animales de corta edad son el objetivo principal para ser marcados y señalados, la razón es simple, ellos son el futuro en la continuidad de la hacienda. Una visión que los habitantes de la Puna tienen gracias a ese saber heredado de los abuelos. Ellos conocen donde se encuentra la hacienda en determinada época del año, los caminos para llegar hasta ese lugar, en dónde están las reservas de agua que ellos denominan agüadas, o el multiplico del ganado que se ha producido en el último año; una sabiduría que ha sido transmitida y adquirida a través de la experiencia y el conocimiento de los mayores. Un saber que determina la cantidad de animales que puede llegar a tener cada productor, ya que depende exclusivamente del cuidado y del mantenimiento que éste haga por su ganado. Los animales más preciados en toda la Puna Jujeña son las vacas porque son el sustento en muchos aspectos. Por ello los dueños deben estar pendientes en forma permanente, siempre observando su hacienda, porque los animales pastan en los potreros, en el campo y en el cerro, dependiendo de la estación del año. Y a veces sufren pérdidas porque algunos se despeñan o son presa fácil del “lión”, como le dicen los lugareños al puma, los cuales existen en grandes cantidades en toda esta región. En ese campo desértico, que es la Puna, existen algunas reglas con las que los habitantes se rigen. Por ejemplo, en el caso de los burros, cuando no tienen dueño y se han pasado de edad (mayor a dos o tres años de vida) y no tienen ni marca ni señal, son rematados. Si algún productor tiene un burro de tres o más años sin marca ni señal es multado, y si el dueño no paga la multa ese burro es rematado. El encargado de observar ese tipo de cuestiones es el comisionado rural, quien tiene la facultad de poner en venta al animal. En el caso de que alguien de la zona quiera comprarlo puede hacerlo, pero con la condición de que sea trasladado a otra región, por ejemplo, la Quebrada de Humahuaca, a fin de evitar posibles conflictos entre vecinos. La edad del burro es determinada por ciertas características que la gente del campo conoce, como ser, si aún sigue con la madre y puede que siga mamando se considera que tiene alrededor de dos años y se lo llama “Tochi”. Cuando el burro ya comienza a separarse de la madre y busca aparearse con las burras es porque ya ha alcanzado los tres años de edad, en este caso se dice que ya es un animal adulto. En los últimos años ha disminuido considerablemente la cantidad de burros en la Puna Jujeña, una de las causas es por ser la comida predilecta del puma, otra, porque ya no es utilizado para transportar cargas como ocurría hace medio siglo atrás.

Pero algunos cambios no han sido solamente producto de la modernización, sino que han puesto en peligro la continuidad de una forma de vida. Porque ahora los jóvenes que se van ya no regresan al campo, porque allí la vida es sacrificada, para subsistir se debe luchar día a día con las inclemencias del tiempo, la distancia, y esa inmensidad desolada que expone el paisaje de la Puna Jujeña. Actualmente ellos se dedican a trabajar en empresas mineras o a estudiar en búsqueda de otros destinos, focalizados en un horizonte distinto al de sus antecesores. Por esta razón los poblados rurales desde hace dos o tres décadas comenzaron a despoblarse paulatinamente, en algunos casos hasta llegaron a desaparecer, quedando solo vestigios de casas derruidas, símbolo de que otrora existió una población. Los que aún siguen existiendo son poblados longevos, no solo por el tiempo que hace que están asentados en el lugar, sino porque quienes mayoritariamente los pueblan son adultos mayores. Quienes expresan que los jóvenes deben entender que en estos campos aún existe riqueza en la cría de ganado vacuno y camélidos. Pero para que se queden deben amar el campo y también saber cómo criar animales. Los que se fueron, a veces regresan por casualidad y se encuentran con una realidad muy distinta a la que existía cuando partieron; es en ese momento cuando cobra mayor fuerza ese dicho campestre que dice: “la hacienda no les va a estar esperando”, por aquello de que “si no cuidan la hacienda, la misma se va perdiendo con el tiempo”. Actualmente los adultos pugnan por revalorizar el modo de vida rural porque no quieren perder su cultura, mucho menos sus costumbres que prevalecieron cientos de años y que son parte de su identidad. Ellos luchan por conservar las enseñanzas de sus abuelos, reflejo de esto fueron las palabras emitidas por Nicolás Mamaní, de 48 años de edad, que nació en el paraje Laguna, se crió en el lugar, estudió en la escuela de Portillo y actualmente trabaja en Mina El Aguilar, quien paradójicamente les decía a todos, “No podemos abandonar lo nuestro porque es una forma de respetar a los abuelos”. Una lucha que lentamente va cosechando logros porque este año en el Rodeo hubo gente joven que ha regresado para recuperar lo perdido. Para ellos la consigna es mantener, cuidar y estar presentes en el lugar, de esa manera se pueden rescatar y resguardar los valores culturales ancestrales. Valores que permanecen intactos entre los integrantes de esa comunidad, porque mantienen inalterable su ferviente creencia en la Pachamama, la Madre Tierra siempre está presente en cada ritual o manifestación que ellos realizan. A la Pachamama le piden por lluvia porque si no hay agua no existe el pasto para los animales, sustento esencial de la vida en el lugar; inclusive cuando salen al campo a buscar la hacienda, piden permiso a la Tierra y le piden poder encontrar, en esa vasta lejanía, a los animales para señalar, enflorar, marcar o vacunar. Por eso luego de la Marqueada, “despachan” a los animales nuevamente hacia ese inmenso corral a campo abierto, chayándolos y pidiéndole a la Pachamama que les cuide su hacienda. Después de la faena realizada, el sentir musical genuino de esa zona se adueña del espacio y el tiempo, es el momento del canto alegre de la copla, que en algunas oportunidades se extiende hasta la madrugada, y es el medio que los une, en ese compartir que se da una vez al año. Todas sus acciones están fundamentadas en la Cosmovisión Andina, que es mucho más que una manera de pensar, es una forma de vida, de comunicación con la naturaleza, los ancestros y los dioses. Es un sentir comunitario basado en el Ayllu, en donde toda manifestación cultural es un reencuentro con los valores heredados del pasado, que forman parte del presente y que son la base primordial de las comunidades para continuar existiendo en el futuro.

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