Al llegar a la Estancia Alta Gracia no solamente nos encontramos con una imponente estructura edilicia, sino que, además, podremos conocer y compenetrarnos con la historia de todo lo referente al lugar y las costumbres de quienes habitaron allí. Actualmente este edificio es un museo, en el cual, en cada uno de sus rincones se vislumbra la riqueza histórica y cultural de aquella época.
En cuanto al edificio que comprende a la Estancia Alta Gracia, su estructura es en la actualidad prácticamente fiel a la que fue en sus orígenes, pero con la particularidad de que esta casa además de haber sido residencia jesuítica durante trescientos años, tuvo distintos propietarios que hicieron algunas modificaciones. Una de esas modificaciones que se hicieron en el edificio se da cuando se expropia el museo por el año 1969 por parte de la Dirección de Arquitectura de la Nación, la cual realiza una serie de investigaciones arqueológicas y deja el edificio como era en la época jesuítica. Una labor que consistió en el levantamiento de los pisos para colocar “baldosones de ladrillos, que son réplicas de los originales”. Pero a pesar de estas refacciones el valor estructural que tiene el edificio es que prácticamente es el original ya que el mismo sigue manteniendo la estructura de sus orígenes.
La Estancia de Alta Gracia conformaba “toda una unidad” puesto que la “Iglesia y residencia formaban parte de una sola construcción”, pero también aparte del edificio, el entorno que circunda al mismo forma parte importante del origen productivo que buscaron desarrollar los jesuitas en la zona, ya que la Estancia colinda sobre su margen derecho con un lago. Este espejo de agua es en realidad, “un dique artificial”, que es, además, uno de los más antiguos que existen en la provincia de Córdoba que se llama Tajamar, y el cual “fue parte de una obra hidráulica que hicieron los jesuitas que tenía como finalidad canalizar los arroyos serranos y traer el agua hasta ese dique”.
Una obra que en aquellas épocas tal vez representó todo un reto, pero que fue fundamental en el proceso que se buscaba, ya que el agua del Tajamar servía para mover los molinos harineros, además de servir, para regar las huertas y también para abastecer de agua a la casa.
Esa es una de las particularidades que presenta la Estancia ya que en un punto medio entre lo que es el museo y el dique se encuentra una Torre, que es del siglo XX y que se hizo para festejar uno de los aniversarios de la Estancia de Alta Gracia, que, si bien no es jesuítico forma parte del paisaje cultural de la ciudad, y que a partir de su construcción ha pasado a ser un punto referente de Alta Gracia, ya que a la localidad se la identifica como, “ la ciudad donde está el Tajamar y también el Reloj Público”.
Por otra parte, el museo cuenta con tres salas informativas en donde el visitante puede conocer cómo era la Estancia Jesuítica, allí se pueden encontrar, tanto objetos como mobiliarios de los siglos principalmente XVIII y XIX, una réplica de los molinos, además de obtener información de cómo era “el Casco de la Estancia y sus construcciones y quienes fueron sus propietarios”. Toda esta recopilación de datos está refrendada a través de una serie de firmas de los distintos propietarios que tuvo este territorio desde antes que perteneciera a los jesuitas. Toda la historia escrita sobre los distintos propietarios de la Estancia Alta Gracia data, “desde la época del primer propietario de las tierras que fue Juan Nieto en el año 1588, hasta llegar al último dueño de la Estancia que fue Don José Manuel Solares”.
Además de las salas informativas también existen salas ambientadas con; “mobiliarios, objetos y utensilios de los siglos XVIII y XIX”, y “una sala de arte religioso”, en donde se unen “las artesanías”, en las cuales se puede ver, “el trabajo americano”, que se entremezcla “con toda la impronta europea que traen las Órdenes Religiosas cuando llegan a América”, lo que marca la amalgama de dos culturas.
Como la mayoría de las construcciones de esa época la Estancia cuenta con dos patios, uno el patio principal en donde se puede observar toda la arquitectura magnífica de esta casa y de la Iglesia, y un patio de atrás que es “un patio de labores o patio de trabajo”, en el cual, “los negros esclavos realizaban sus actividades”, ya que ellos “fueron la mano de obra principal de la Estancia”. También allí está la herrería jesuítica, la que es, una reproducción, una puesta en escena de lo que fue una herrería de los siglos XVII y XVIII, además en ese patio, se puede observar lo que fue la cocina de Liniers, que fue uno de los propietarios más conocidos que tuvo esta casa.
El museo lleva el nombre de Virrey de Liniers ya que la casa fue habitada por Santiago de Liniers en el año 1810, quien “estuvo muy poco tiempo” porque en ese año se produce la Revolución de Mayo, pero allí en la Estancia es donde Liniers organiza la Contrarrevolución. A pesar de su corta estadía en la Estancia deja su huella en el lugar, ya que él decide construir la cocina, el salón comedor, salón de su familia y modificar lo que hoy se conoce como el Salón Auditorio, construcciones que datan justamente del siglo XIX.
Cada una de las Estancias, como la de Alta Gracia, representa un circuito único por recorrer, en donde el visitante puede adquirir conocimientos históricos, extasiarse con la arquitectura y fascinarse con su acervo cultural.
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