Ubicado a unos 38 kilómetros de la ciudad de Humahuaca, es un pueblo que goza de una belleza impactante, única en ese sector de la región, acompañada además de una riqueza histórica, arqueológica y ancestral. Es un sitio que ofrece al turista varios circuitos de trekking para realizar, aparte de ser el lugar ideal para descansar.
Nuevamente nos encontrábamos en Humahuaca, allí nos íbamos a encontrar con René Ramos, quien había sido nuestro guía cuando vinimos a conocer las Serranías del Hornocal. En esa oportunidad, él nos invitó a volver, para llevarnos a conocer su pueblo natal, Cianzo, del cual nos mencionó, que se encuentra muy cerca del Hornocal y que es tan bello como el coloso policromático, última sensación turística de la provincia de Jujuy.
Emprendimos la marcha por el mismo camino de ripio que habíamos transitado la vez anterior, confiando plenamente que, de seguro llegaríamos al lugar, y segundo porque, por los comentarios vertidos por nuestro guía, Cianzo probablemente podría llegar a sorprendernos. Esto pensaba porque además de que René es un guía idóneo para transitar por los difíciles caminos rurales es también un conocedor como pocos de las bellezas paisajísticas que rodean a Humahuaca. Dos virtudes adquiridas desde adentro, en ese recorrido que ha hecho permanentemente por toda esta zona desde niño hasta adulto, primero a pie y después en camioneta. Ya en camino, volvimos a cruzarnos aquellos apacibles poblados que se encuentran al costado de la ruta, circundados por sitios no tan lejanos a ellos que guardan la riqueza de antiguos pobladores que habitaron la Quebrada de Humahuaca. Subimos la Cuesta del Pucara y paramos en un sector en donde se encontraban un niño y una niña con una llama y una oveja, habían venido de Aparzo, nos dijeron. En sus rostros se reflejaba la dureza del clima que se vive en la zona, con sus caritas paspadas por el gélido viento de la mañana y del ocaso de la tarde y el sol recalcitrante del mediodía y de las primeras horas de la tarde. Ellos se encontraban allí para que los turistas que iban a ver el Hornocal, de paso, se sacaran una foto a cambio de un módico costo, porque el turismo que viene asiduamente a conocer la maravilla natural ha generado un recurso más para la gente del lugar. Es que la vida por estos lares no es fácil, a pesar de que los pobladores que viven en la región se dedican a la ganadería y a la agricultura, principalmente de cultivos andinos, la comercialización es difícil, ya sea por la distancia que tienen que recorrer o porque los precios que pagan en la mayoría de los casos no los ponen los productores sino los compradores.
Continuamos rumbo a nuestro destino, Cianzo nos esperaba, cada vez nos acercábamos más y de la misma manera que los kilómetros, las expectativas se incrementaban también. Queríamos descubrir con nuestros ojos las virtudes que nos había descripto René, y ver si en realidad era tal cual lo comentaba, o simplemente, sus comentarios se basaban en ese amor profundo e incondicional que cada uno tiene con su terruño.
Dilucidarlo era cuestión de tiempo, ya nos encontrábamos transitando a la altura del Mirador del Hornocal, en ese punto el camino se bifurca, nosotros continuamos por el sendero central para continuar hacia nuestro destino. Ya habíamos recorrido los 25 kilómetros que nos separaban de Humahuaca, todavía nos faltaban unos 13 kilómetros más para llegar a Cianzo.
Después de haber recorrido aproximadamente unos diez kilómetros hicimos una parada a un costado del camino justo al borde de un cerro, un lugar al cual los lugareños lo llaman el “Miradero de Cianzo”. Desde allí pudimos observar, a unos 3900 metros sobre el nivel del mar, toda la majestuosa belleza que envuelve y que resalta al pueblo de Cianzo. Desde lo alto contemplamos los terrenos de pastoreo y de cultivos prolijamente delineados, el lecho del río que atraviesa el pueblo y lo divide en dos, cerros con colores resaltantes que contrastan con el verde de su arboleda y las cadenas montañosas que acompañan de ambos lados toda su extensión.
La magnífica vista panorámica fue el marco perfecto para dialogar con René sobre la historia de su pueblo. Nos comentó que sus abuelos le contaron que, “antes no había nada como es ahora”, que esta era “una zona de vertientes”, a la cual sus abuelos “cada tanto venían y se quedaban ahí, vivían en unas chozas hechas de paja que cortaban del mismo ciénago, hacían una pared y luego lo tapaban con la paja. No había ningún tipo de árbol, estamos hablando de 400 a 500 años atrás, en ese entonces el lugar estaba pelado, después lo empezaron cada vez a poblar más y ya se fueron asentando aquí”. Hoy Cianzo es un oasis escondido entre medio de los cerros, un lugar que es un estímulo placentero para los sentidos, forjado por la mano de aquellos hombres y mujeres que creyeron que este podía ser, ese lugar en el mundo que se transforma en hogar. Actualmente Cianzo cuenta con una población constituida por 38 familias, todas pertenecientes a la comunidad aborigen del lugar. Una comunidad conformada por verdaderos descendientes de la gente que pobló este lugar y lo transformó en lo que es hoy. Por lo que defienden y preservan sus derechos sobre las tierras heredadas por sus abuelos, un título que los convierte en dueños reales de la tierra de sus ancestros. No como en otros lugares de la Quebrada, en los que se conforman ciertas “comunidades aborígenes”, que no son, paradójicamente, originarios de ese sitio en donde constituyen la comunidad. En estos casos el lugar escogido no se da por una transmisión ancestral sino por un estratégico interés económico sobre los puntos turísticos más importantes de la provincia.
Continuamos nuestra charla con René, quien además nos contó que esta es “una zona productora”, que se da por poseer un microclima bastante particular, ya que, “en verano el clima es templado por la altura (el pueblo de Cianzo se encuentra a unos 3500 msnm) mientras que en invierno es muy frío porque es una zona de quebradas, donde corre viento de todas partes en donde los más helados son los del Zenta”. Una situación anecdótica que nos comentó es que “en época de invierno en la zona donde sale la vertiente de agua se forma una capa de hielo de 80 cm a un metro de altura porque va saliendo el agua y se va congelando, que es en el camino del Abra del Zenta”. Los productos que más cultivan son las papas andinas, habas y hortalizas, las que comercializan en la ciudad de Humahuaca, también crían ovejas y cabras, para faenamiento, o producción de charqui, además de elaborar quesos con la leche.
Además de esa riqueza prodigada por la naturaleza, el lugar tiene un legado histórico que se remonta a la época de la Lucha por la Independencia, una historia compartida con varias localidades de la Quebrada de Humahuaca. Esa historia, en este caso, tiene que ver con el Coronel Eduardo Arias, cuya patriada como nos dijo René consistió en atravesar “el Abra del Zenta cuando los realistas ya habían tomado Humahuaca, como Arias sabía de esto, ingresa por el Abra con un ejército de 150 soldados, pasan por el miradero, bajan a Pucara y de ahí se van a Rodero en donde hacen base. Después desde ahí atacan a los realistas, en esa batalla los patriotas le cortaron a los realistas la comunicación con el alto mando del Perú, fue un golpe muy duro para las tropas invasoras. Arias y sus soldados volvieron con todas las cosas que les habían secuestrado a los realistas, los que los siguen hasta Peña Blanca en donde se libró otra batalla”. En ese lugar según nos manifestó aún “se pueden encontrar restos de huesos”. Fue un episodio tan significativo que actualmente se produce un hecho similar cuando “los gauchos para la fiesta de San Ramón, que es el 31 de agosto en Orán, bajan por acá todos los años, haciendo honor a Arias, y cada vez son más. Vienen con los caballos de Humahuaca pasan por aquí, continúan por el camino de herradura de Peña Blanca, llegan al Abra del Zenta, bajan y continúan hasta Orán”. Una travesía que René ha realizado en varias oportunidades con los guardas fauna, “caminando” y hasta en “bicicleta”, la cual, “desde Cianzo hasta el Abra del Zenta son cuatro horas caminando continuamente. Es un trecho largo para llegar a San Antonio, si se sale desde aquí temprano se llega allá seis o siete de la tarde”.
Mientras continuábamos admirando la inmejorable postal paisajística de Cianzo y sus alrededores, René nos indicó que en la región existe una riqueza arqueológica aún ignota, ya que “en el Abra del Zenta se encuentra San Andrés y una parte del Camino del Inca, que está todo hecho con piedras. Además en la zona de Puerta del Zenta hay un antigal, un pucará, no se sabe si fue de los omaguacas o incaico, no hay datos porque al lugar no ha venido ningún arqueólogo a estudiar la zona”. Allí, nos señaló “se encuentran restos de vasijas, también hay un sector en donde hay vestigios de arte rupestre, lo que da indicios que esta zona fue habitada por originarios”.
Después de la interesante charla que nos permitió conocer un poco de cómo fueron los orígenes de Cianzo como pueblo, su clima, la forma de vida de sus habitantes y la riqueza tanto histórica como circundante, decidimos continuar el viaje para llegar hasta las entrañas del mismo poblado.
Ahora el camino era cuesta abajo, no habíamos transitado ni diez minutos de recorrido y la naturaleza que rodea a Cianzo volvió a sorprendernos. En el camino nuestro guía nos mostró una vertiente de agua cristalina que se encuentra a unos doscientos metros del camino, la cual se desliza por la parte baja. Además, nos dijo que esa vertiente durante la época invernal se congela durante gran parte del día, a mitad del cerro también pudimos divisar una antigua casa, la cual nos mencionó que perteneció a su abuelo. Estábamos sorprendidos por ver tanto esplendor natural en un solo lugar.
Emprendimos la marcha nuevamente con destino a la casa de René en donde nos esperaba su mamá con el almuerzo. Después de habernos regocijado la vista con las bondades naturales de Cianzo ahora el paladar se deleitaba con la exquisita cazuela de cordero que tan gentilmente nos había preparado Doña Laura. Posteriormente hicimos un recorrido por los alrededores de la casa de René, justamente ubicada al lado de la escuelita. Allí aproveché para preguntarle sobre cómo ha sido el sistema educativo de su pueblo desde que tiene memoria. Nos comentó que “escuela primaria siempre hubo, primero estuvo en un lugar, luego se trasladó a otro y ahora hay una escuela nueva que se hizo en el ´86”, remarcándonos que hasta esa fecha “era todo muy precario”.
Nos dijo también que a la escuelita asisten “no solo los chicos de Cianzo sino también de El Hornocal, cuyo pueblo queda más abajo siguiendo el río”, mencionándonos que antes los chicos de ese pueblo “caminaban dos horas para asistir a la escuelita de Cianzo y dos horas para volver a su casa, porque no era albergue la escuela, así que tenían que venir a la mañana y volverse a la tarde. Ahora ya no es así porque ya no hay chicos, existe una sola familia que tiene chicos, pero están más cerca, a solo veinte minutos, los demás pobladores de ese pueblito es gente adulta. Después de la punta del cerro también bajaban los chicos y de La Ciénaga, ahora ya no hay chicos de esos lugares que vengan a la escuelita, el chico que bajaba de ahí ahora vende tortillas en El Hornocal”. Una realidad que se vive en todos aquellos poblados rurales que se encuentran alejados de los centros urbanos, en los que, muchos de esos niños cuando llegan a jóvenes deciden irse en búsqueda de otro destino distinto al de sus padres. En Cianzo además de la escuela primaria actualmente existe un nivel secundario, el cual es dictado por un profesor que viene de lunes a viernes. Después de interiorizarnos de cómo se imparte la educación escolar en la zona, nos fuimos a la vera del río, el cual como nos señaló René, su fluidez es constante, ya que su corriente de agua “baja del río Chirinchani, procedente de Varas más arriba, del cerro color negro que le llaman Cabeza de Sapo”, al que se lo puede ver a lo lejos en uno de los puntos más altos de esa serranía. Ahora entendíamos el porqué de la abundante fertilidad de los suelos de Cianzo, demostrada no solo en sus campos de cultivo que pueden observarse hasta en lo alto de los cerros sino también en su frondosa arboleda diseminada por todos los rincones del pueblo. Lo que hace que en Cianzo se respire un aire tan diáfano como su imponente cielo azul. Una realidad consolidada gracias al esfuerzo impuesto por los primeros pobladores de este lugar, los que como nos contó René basaban su ciclo de siembra en el legado de conocimientos ancestrales; el cual ha sido transmitido a través de las generaciones y aún continúa siendo utilizado. Para sembrar se guían por la luna o por el sol y para la cosecha por el calendario con respecto a Carnaval, por ejemplo, nos explicó que, “como ahora carnaval cae en marzo la gente sembró temprano, así que terminado el Carnaval hay que sacar toda la cosecha porque seguro apenas pasa Carnaval se viene la helada”. Transmisión de conocimientos que revalorizan y ayudan a preservar la identidad cultural de la comunidad. Esos valores sumados a las serranías que circundan al pueblo, con sus cúspides redondeadas y sus vetas de fulgurantes colores que van desde un verde azulado, colorado y algo de anaranjado, que nos provocaba un éxtasis visual tan intenso, hacía que fuéramos enamorándonos cada vez más de Cianzo. Le preguntamos a René si además de ser el lugar perfecto para tomarse unos días de descanso, en Cianzo se puede hacer algo más. Nos dijo que existen “circuitos de trekking cortos y largos que son de dificultad baja y alta, previa estadía en el pueblo para aclimatarse y emprender la aventura de escalar los cerros que circundan a Cianzo”, o “simplemente venir a pasar el día y hacer un asado o comer alguna comida típica”.
Ya eran alrededor de las tres de la tarde, hora en la que habitualmente Doña Laura, la mamá de René, se va un par de kilómetros más arriba a desarrollar su tarea diaria, pastorear a sus ovejas y cabras. Fuimos a llevarla en la camioneta hasta el lugar, observando en el camino los sembradíos que están delimitados por pircas de piedra que sirven de resguardo y protección de los cultivos cuando el ganado anda suelto. Cuando llegamos al sitio de pastoreo nos dimos cuenta que los mismos como así también los corrales están delimitados por pircas, en esto también se dejaba entrever el legado inherente a los ancestros. Ya que desde antaño las pircas han sido la marca territorial entre un terreno y otro. Estuvimos un rato acompañando a Doña Laura que nos mostró y nos permitió alzar con nuestras manos al nuevo integrante de su tropa, un corderito nacido durante la noche anterior. Ya la tarde había avanzado bastante, era momento del regreso, todo lo vivido durante esa jornada había significado para nosotros un descubrimiento más que placentero.
Lo que habíamos asimilado a través de nuestras retinas, impregnadas del magnífico colorido de toda la atmósfera tan particular que envuelve a este poblado, eran la nítida confirmación de aquellas palabras emitidas por René, de que su pueblo es tan fantásticamente bello como aquellos que son ultra promocionados turísticamente. Con el valor agregado de su intangibilidad heredada y la cordialidad y calidez de su gente, condimentos que hacen que sea, un lugar que enamora, que invita a volver y que afirma con creces el slogan de René que dice, que el turista que viene a Humahuaca “No puede irse sin visitar Cianzo”.
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